En un principio, en la antigüedad los meses fueron introducidos como una medida de tiempo basada en los ciclos lunares para ayudar a la siembra y cosecha. En contraste, los días y las horas están basados en el aparente movimiento de la Tierra alrededor del Sol.
En esas épocas se consideraba más simple basar estas medidas de tiempo en el ciclo de la Luna que en el del Sol, de tal forma que la mayoría de las civilizaciones usaban un calendario lunar. Sin embargo, al mes “lunar” no le correspondía un número exacto de días, variando continuamente y en promedio duraba unos 29 días, 12 horas, 44 minutos y 2.8 segundos. Nuestros antecesores adoptaron entonces meses alternos de 29 y 30 días con un día extra cada 30 meses para compensar por los 44 minutos y fracción.
Entonces el año era de 12 meses con 354 días. Pero como a este año le faltaban 11.25 días, entonces las “estaciones” cambiaban año con año dificultando la planeación para la siembra y las cosechas.
Los egipcios fueron los primeros en abandonar el calendario lunar e introdujeron un año de 12 meses con 30 días cada uno, más cinco días al final del año para mantener a las estaciones ocurriendo al mismo tiempo año tras año.
Después, los romanos distribuyeron los cinco días entre los meses del año para tener así meses alternos de 30 y 31 días, y con un mes (febrero) de bisiesto (cada dos años) y dejando a febrero con 29 días. Sin embargo, cuando el octavo mes fue dedicado al emperador Augusto se le aumentó un día (31) para hacerlo igual que el mes de julio (dedicado a Julio César) también con 31 días quitándoselo a febrero, de tal forma que éste quedó solamente con 28 o 29 días como lo tenemos ahora.
Es de notar que aunque el calendario solar es el que seguimos alrededor del mundo para la conducción de la vida civil, el calendario lunar es aún observado por algunas religiones incluyendo el islam, el judaísmo y el catolicismo (para la celebración de Pascua).
Fuente: http://bit.ly/HMDuFU
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