Los monopolios detienen el desarrollo

La profesora del ITAM, Denise Dresser, afirma que la competitividad está vinculada a la competencia; “la protección a sectores específicos de la competencia es una mala idea y retrasa el crecimiento”.

Por: Denise Dresser *

Hace unos días la revista Expansión publicó en su sitio de Internet un artículo sobre Carlos Slim, en el cual su autor sugiere que “el freno al crecimiento provocado por el monopolio de Slim más bien parece ser un mito”. Usando argumentos estrechos y altamente debatibles, Pablo Peña —de la Universidad de Loyola— ignora el peso y la importancia de la literatura económica que existe sobre los monopolios en general y su impacto sobre el crecimiento en México.

Al ignorar los estudios abundantes sobre el tema, el señor Peña contribuye a apuntalar el mito desarrollado por Carlos Slim, según el cual su conducta, la debilidad regulatoria del gobierno y el cuello de botella que existe en el mercado de las telecomunicaciones no retrasan la modernización de México.

En los últimos años, textos tan influyentes como “The Growth Report” y “The Power of Productivity” han listado lo que todo país interesado en crecer y competir debe hacer para lograrlo.

Autores tan influyentes como los premios Nobel de Economía Michael Spence y Robert Solow —entre tantos más— argumentan que el crecimiento requiere una economía capaz de producir bienes y servicios de tal manera que los trabajadores puedan ganar más y más.

Los mejores economistas del mundo entienden que ello se basa en la expansión rápida del conocimiento y la innovación; en nuevas formas de hacer las cosas y mejorarlas; en técnicas administrativas tanto en el sector público como en el sector privado que aumentan la productividad de manera constante. Saben que las economías dinámicas suelen ser aquellas capaces de promover la competencia y reducir las barreras de entrada a nuevos jugadores en el mercado. Entienden que es tarea del gobierno —a través de la regulación adecuada— crear un entorno en el cual las empresas se ven presionadas por sus competidores para innovar y reducir precios y pasar esos beneficios a los consumidores. Saben que si eso no ocurre, nadie tiene incentivos para innovar. En lugar de ser motores del crecimiento, las empresas protegidas y/o monopólicas terminan estrangulándolo como ocurre hoy con empresas como Telmex y Pemex.

En pocas palabras y como cualquier economista de medio pelo lo reconoce, la competitividad está vinculada a la competencia. El crecimiento económico está ligado a la competencia. La innovación y por ende el dinamismo y la creación de empleos se desprenden de la competencia. La inversión que se canaliza hacia nuevos mercados y nuevas oportunidades es producto de la competencia. No es una condición suficiente pero sí es una condición necesaria. No basta por sí misma para desatar el crecimiento, pero sin ella jamás ocurrirá. Por ello preocupa tanto que el término “competencia” ni siquiera sea mencionado en el texto de Pablo Peña sobre Telmex y Carlos Slim.

El Banco Mundial acaba de publicar un libro editado por Santiago Levy y Michael Walton titulado “No Growth Without Equity? Inequality, Interests and Competition in Mexico”, que reúne las principales teorías sobre el subdesempeño crónico de México. La respuesta se halla en la persistencia de intereses —empresariales y sindicales— que han logrado bloquear cambios que harían más productiva y eficiente a la economía mexicana.

Hoy México está atrapado por una red intrincada de privilegios y vetos empresariales y “posiciones dominantes” en el mercado que inhiben un terreno nivelado de juego en sectores tan cruciales como telecomunicaciones, servicios financieros, transporte, y energía.

Actores como Carlos Slim capturan rentas a través de la explotación o manipulación del entorno económico en lugar de generar ganancias legítimas a través de la innovación. Y erigen altas barreras de entrada a nuevos jugadores, creando así cuellos de botella que inhiben la innovación y por ende el aumento de la productividad.

Estos cuellos de botella obstaculizan el crecimiento de México en un mundo cada vez más globalizado y competitivo y son una razón detrás de la persistente desigualdad social, como lo sugiere el capítulo titulado “The Inequality Trap and Its Links to Low Growth in Mexico”.

La concentración de la riqueza y del poder económico entre “jugadores dominantes” con frecuencia se traduce en ventajas injustas, captura regulatoria, y políticas públicas que favorecen intereses particulares. Peor aún, convierte a representantes del interés público en empleados de los intereses atrincherados. Convierte al gobierno en empleado de las  personas más poderosas del país.

Carlos Slim es tan sólo el síntoma más visible de problemas profundos vinculado con el modelo mexicano. Hoy México es un ejemplo clásico de lo que el Nobel de Economía Joseph Stiglitz denomina “crony capitalism”: el capitalismo de cuates, el capitalismo de cómplices, el capitalismo que no se basa en la competencia sino en su obstaculización.

Hoy México —inmerso en la crisis— está aún lejos de acceder al capitalismo dinámico donde el Estado no protege privilegios, no defiende cotos, no elige ganadores y no permite la perpetuación de un pequeño grupo de oligarcas con el poder para vetar reformas que los perjudican.

El señor Slim tan sólo ha logrado poner este modelo a su servicio. Ha logrado instalarse en sectores protegidos, concentrados, no-competitivos, con regulación débil o capturada, y ha hecho todo lo posible para que se mantengan así, como lo sugiere el estudio “Competition and Equity in Telecommunications” elaborado por Rafael del Villar. Porque si bien el título de concesión de Telmex prohíbe prácticas monopólicas, una y otra vez ha incurrido en ellas. Aunque prohíbe la discriminación a terceros, se ha dado. Aunque obliga a la empresa a proveer interconexión y acceso no discriminatorio, aún no la ofrece como debería. Aunque la Secretaría de Comunicaciones y Transportes y la Comisión Federal de Telecomunicaciones debieron haber establecido condiciones para la competencia eficaz, no lo hicieron. Produciendo así abusos y perjuicios que llevan al Economist Intelligence Unit a afirmar que “en cualquier otro país, Telmex hubiera sido fragmentada hace años”.

Pero para Carlos Slim y por lo visto para el señor Pablo Peña, estos argumentos son desechables. Ilegítimos. Espurios. Producto de fobias “personales” o incitados por personas “que se envuelven en la bandera anti-Slim”. Pero lo que el señor Slim y quienes trabajan para él no pueden o quieren comprender es que —como lo señalan los autores de “The Growth Report”— la protección a sectores específicos de la competencia es una mala idea y retrasa el crecimiento económico. Eso no es un mito; es una realidad. Y por lo pronto, ya le estaré enviando a Pablo Peña mi próxima cuenta telefónica con la esperanza de que me ayude a pagarla y así, viva en carne propia, la transferencia de riqueza que tan poco le preocupa.

* La autora obtuvo un doctorado en economía política de la Universidad de Princeton, y es profesora del Instituto Tecnológico Autónomo de México.

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